Limites
No existe nada en el mundo mas intimidatorio que un límite, ya sea el que nos ponen nuestros padres, de peques, o el que se nos detiene enfrente cuando la vida nos va llevando por lugares que no elegimos, y viviendo situaciones que no escogimos.
Los límites existen, y aunque duelan, lastimen y nos marquen finales o desvíos, hay que acatarlos antes que nos maten.
A menudo quien pone límites es despota, quien no los pone es liberal, quien los ignora es inconsciente, y quien les teme es cobarde. Pero sin duda, quien no los conoce es ignorante.
Todo, absolutamente todo, tiene un límite, desde el amor, hasta la paciencia.
La viveza, entre la estupidez y la inteligencia
Frente a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida.
En latín, salida se dice exitus, que los ingleses tradujeron por exit. La inteligencia conduce al éxito. Ese mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop. De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece entrampado por un problema sin
atinar con la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de una jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente. Las dos únicas reacciones del estúpido serán la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.
Salvo casos patológicos, todos somos inteligentes respecto a un tipo de problemas y estúpidos respecto a otro tipo de problemas. Pero nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de
nuestra moral. Hay inteligentes moralmente canallas y hay estúpidos moralmente intachables.
Pero no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto, esto es de la capacidad del análisis critico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena, la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del éxito. La estupidez, por mas que acumule conocimientos, no sabe que hacer con ellos. Y no es raro que un intelectual, ducho de análisis critico, sea incapaz de hallar soluciones.
Con alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos. Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa "estar hechos unos estúpidos". La inteligencia, si la tenemos, vendrá rescatarnos de esa pasajera estupidez que, por no ser insalvable, se llama estupefacción. A propósito: alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión?
Situada a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, la viveza comparte con la inteligencia, el dinamismo mental y. con la estupidez, la incapacidad de encontrar la solución a un problema. Se mueve, pero no en dirección de la salida. ¿Hacia donde se dirige? Ese es su secreto, la fórmula que le permite ponerse a resguardo de la humillación y del desprestigio que sufre la estupidez. La viveza, creo yo, es la habilidad mental para manej ar los efectos de un problema sin resolver el problema. El hombre dotado de viveza, el vivo, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencias prácticas del problema, pero no con el problema mismo. Dicho de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para él o (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero. La viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral. Sin el concurso del egoísmo no se puede ser vivo.